martes, 23 de enero de 2007

De docentes, escuelas, sociedad

Decíamos en setiembre de 2002….

¿Para que sirve la utopía? Para seguir caminando…

Decía Sarmiento en 1868: "Yo he escrito muchos libros de educación y a esos libros les ha cabido la gloria de que nadie los haya leído. Estando ahora en Estados Unidos estudiando los métodos de enseñanza que allí se siguen escribí mi libro "Las escuelas" .Como era natural, lo envié a todos los representantes de la América Latina en Washington y cuando después de tres meses los fui a ver, no lo habían siquiera leído.
Abrieron las tapas, leyeron el título: "Las escuelas" y se dijeron: ¿ quién pierde el tiempo en leer un libro sobre escuelas?

Nada ha cambiado en los últimos años, el panorama se presenta cada vez más desalentador, la tarea cada vez más difícil, los recursos cada vez más esca-sos, las condiciones siempre más desfavorables, y ante el caos, la ausencia de propuestas, sólo diagnósticos, pero ninguna propuesta. Es por esto que lo que propongo hoy es que nos unamos en una reflexión , que pueda en algún mo-mento traducirse en propuestas. Creo que si algo hemos de rescatar de esta crisis, es que estamos aprendiendo a dejar de ser espectadores para comen-zar a ser actores, a no esperar que otros decidan que es lo mejor para noso-tros.

Emile Durkheim , sociólogo francés, definió a la educación como el proceso de transmisión de una generación a otra de valores, pautas culturales, conoci-miento, etc. Sin lugar a dudas, si así fuera, en estos tiempos, estaríamos en un problema, ya que, los ejemplos que esta sociedad adulta ofrece a las nuevas generaciones, es cuanto menos cuestionable.

Será necesario entonces, para poder devolverle a la educación su función so-cializadora, revertir la imagen negativa que las instituciones han cosechado, recuperar la confianza en los poderes del estado, a través de la actuación inta-chable de sus miembros, con justicia, sin corrupción, con transparencia, hones-tidad, y trabajo a favor del bien común y no del bienestar personal.


Frecuentemente añoramos los tiempos pasados, donde la educación era posi-ble, donde había certezas sobre las cuáles fundar la tarea de la escuela, sin embargo, ¿no habría que preguntarse, en que habrá fallado aquella educación si estos son los resultados?: inmoralidad, guerras, hambre, injusticia, atenta-dos, marginación, discriminación feroz; ¿de qué nos ha servido el progreso científico y tecnólogico, las autopistas informáticas, las bibliotecas virtuales, de que vale ser el país más poderoso del mundo, cuando no pudo proteger a miles de ciudadanos que, aquel 11 de setiembre de 2001, murieron cruelmente por causa del odio y la irracionalidad.?

¿De que nos sirvió pretender estar en el primer mundo cuando hoy tenemos el 70% de nuestros niños en condiciones de pobreza, la mitad de los cuáles viven en condiciones de indigencia.?
¿Qué haremos como sociedad para recuperar estas generaciones, minadas por el hambre y el descreimiento.?
Es un debate que no escuchado que se instalara en ningún medio de comuni-cación. Es por esto señores, que como sociedad debemos asumir este desafío,

El desafío primero de reeducarnos, todos, como ciudadanos; dejemos de la-mentarnos por la influencia negativa de los medios; eduquemos a los medios, no otorgándoles rating a los programas que deforman la forma de vida que queremos defender y proteger, no temamos ir contra la corriente si estamos convencidos de las razones que nos sustentan. Todos debemos convertirnos en educadores, si aspiramos a cambiar esta realidad. Al menos quienes aún conservamos algunos privilegios frente a tal realidad, porque, habría que pre-guntarse, de que nos serviría nuestro conocimiento, nuestros títulos, en un país devastado.

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En su obra la Revolución de la Esperanza Erich Fromm dice que la esperanza es un elemento decisivo para cualquier intento de efectuar cambios sociales, aunque a menudo se mal interpreta, y se hace de la esperanza una envoltura para la resignación .
Kafka describe bellamente esta clase de esperanza pasiva en un tramo de El proceso.
Un hombre llega a la puerta que conduce a la gloria e implora del que la guarda que lo deje pasar. El portero le dice que por el momento no puede admitirlo. Aunque la puerta permanece abierta el hombre decide que mejor debe esperar hasta obtener el permiso para entrar. En consecuencia se sienta y espera por días y años. Finalmente, ya viejo y próximo a la muerte, pregunta por primera vez: ¿Cómo es posible que en todos estos años nadie más que yo ha venido a pedir que lo dejen entrar?, a lo que el portero respondió: Nadie sino usted pudo ganar esa puerta dado que a usted estaba destinada. Ahora voy a cerrarla.

No abandonemos la esperanza, pero no hagamos como el hombre de Kafka: no dejemos pasar las oportunidades de ganar la puerta a la gloria, esperando que otros lo hagan por nosotros.

Nadie duda que este año ha sido particularmente difícil para cada uno de no-sotros; la escuela es la caja de resonancia por excelencia de los conflictos so-ciales, en la que convergen las problemáticas de familias, alumnos y docentes, no se puede aprender cuando hay hambre, pero tampoco se puede aprender cuando se sufre inseguridad, física y espiritual, cuando lo que domina es el desaliento, la falta de confianza en el adulto, cuya imagen está siendo perma-nentemente erosionada por aquellos que desde un lugar público, traicionan día a día la confianza de la que fueron depositarios.

Este es el escenario en el cual el docente debe llevar adelante su tarea y a la vez contener, las distintas problemáticas que afectan a cada una de las familias y en consecuencia a los alumnos.
El mayor desafío que ahora debemos enfrentar; queridos colegas, es propo-nernos como modelos confiables, para que nuestra palabra, legitimada por nuestros actos, sea valorada y en consecuencia, recibida, y aún cuestionada, lo que implicará un análisis, lo cual es mucho más que no ser escuchados.

Días atrás leíamos un imperdible reportaje al filósofo Jaime Barilko, publicado en el diario la Nación , el cual decía entre otras cosas no menos importantes:” "La revolución educativa, no pasa por el presupuesto, sino por la actitud", a lo cual agregaba, que no hay que engañar a los niños y jóvenes haciéndoles cre-er que la educación debe ser placentera; el mismo Freud sostenía que no hay aprendizaje sin sufrimiento:
Yo agrego, es necesario que las nuevas generaciones recuperen el placer por aprender, que no es lo mismo que pretender que la educación sea placentera. Esta es parte de la tarea que debemos asumir en conjunto, escuela y sociedad.

En nombre de todos los docentes les pido: no nos dejen sólos en esta tarea,
asumamos todos esta responsabilidad, instalemos este debate en cada uno de los núcleos sociales que frecuentamos, ante la decadencia de las instituciones, sostengamos el rol del docente, para poder recuperar la confianza y salvar a estas generaciones del descreimiento que lleva a la indiferencia.

gep

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